miércoles, 21 de noviembre de 2007

Tristeza en París: La torre ha caído



Esta misma noche he tenido un sueño. Mágico, emocionante. De esos que te hacen alegrarte al despertar por el simple hecho de haber podido recordarlo. No quiero decir que sea el sueño más maravilloso de la historia, pero si me sirve para creerme eso de que más de uno los haya utilizado como fuente de inspiración. Es fascinante como la mente en el estado de sueño elige esbozos de nuestros recuerdos e inquietudes para tejer, aparentemente de la nada, historias que jamas hubiéramos creado en la vigilia.

Todo comenzó en un paseo por un camino boscoso, en un lugar indeterminado y con un destino aún más desconocido. No había andado mucho trayecto cuando de repente giré mi cabeza hacia la izquierda y me quedé de piedra. Ante mis ojos estaba la mismísima torre Eiffel. ¡Estaba en París!. Sobra decir que la ciudad era ligeramente diferente, mismamente el camino por el que llegué, en una de las licencias que se toman los sueños respecto a cualquier tipo de ley que rija el mundo real, pasaba a escasos centímetros del primer piso de la torre, de manera que la podías tocar si estirabas la mano.

Recuerdo perfectamente la agradable sensación que sentía al estar allí de nuevo. Estuve cuando tenía 15 años y tengo unas enormes ganas de volver. Todo era, dentro de la fantasía del sueño, tremendamente real. En una palabra, mi cerebro estaba en París.

La gente se empezó a arremolinar a mi alrededor para ver la torre de cerca, pero muchos de los curiosos no sentían la misma felicidad que yo al ver el mágico monumento. Su caras denotaban indiferencia e incluso rechazo. - ¡Es horrible! - Gritaban algunos - ¡Deberían tirarla!- murmuraban otros con desdén. Uno de ellos, el que mas cara de desprecio tenía, alargó una mano y le pegó un manotazo. Inesperadamente, aquella mole de 300 metros se balanceó como movida por un gigante brazo. Parecía no pesar ni ofrecer ninguna clase de resistencia, parecía estar muerta y resignada a caer.

- ¡Bah! No sirve para nada, haber si se cae de una vez. - El hombre siguió empujando y haciendo que la torre oscilara peligrosamente mientras yo, atónito, intentaba persuadirle de que no lo hiciera, porque acabaría por derribarla.

En una de estas, el hombre pego un fuerte tirón y la gran torre cedió en toda su longitud para acabar tocando el suelo con su esbelta punta. No podía creérmelo, ni los miles de Parisinos que la adoraban y que quedaron mudos al instante. El símbolo había caído, y con él, el espíritu de la ciudad. La eterna música Parisina cesó al instante, el aroma de la ciudad desapareció, todo se volvió gris e incluso el orgulloso Sena dejo de correr.

La gente corría buscando ayuda desesperadamente para socorrer a la torre. Muchos se agolpaban a los pies para empujar con todas sus fuerzas tratando de levantara. Lo intentaron de todas las maneras posibles, pero cuanto más lloraba la ciudad de París, más pesada se volvía la torre.

Yo corrí, buscando una solución dentro de la caótica ciudad que mi mente había construido. Una señora que salia de una tienda de perfumes me pregunto en prefecto francés que qué había ocurrido. Aunque no sepa francés ni en sueños la comprendí y le dije en ingles que la torre había caído. Me entendió perfectamente, pero lo que acababa de oír era tan increíble que me miraba como si viera a un loco. Entonces dobló la esquina para comprobarlo con sus propios ojos y, cuando vio el cambiado horizonte, rompió a llorar como si hubiera perdido a su propio hijo.

Y cuando nadie parecía encontrar la solución, un hombre apostado a los pies de la torre dijo:

-La torre está triste, por eso es inútil empujar.- Todos lo miraron extrañados, pero con tremenda curiosidad. Acto seguido el hombre sacó un acordeón y comenzó, suavemente, a tocar los compases de una típica canción Parisina.

Nadie sabia exactamente que ocurría, hasta que un niño se animó a empujar de nuevo, esta vez mientras la música sonaba y con una sonrisa en la cara. Asombrosamente, la torre se había vuelto liviana como una pluma y con un ligero empujón la torre se elevo un trecho. Todos lo comprendieron, la torre necesitaba sentir la alegría de todo París.

Todos los habitantes prosiguieron al instante con su ritmo de vida habitual, paseando y disfrutando de la ciudad, la música siguió sonando alegre y el Sena volvió a fluir. Entonces todos se dispusieron a empujar, sorprendidos de que podían moverla con apenas la yema de los dedos hasta que por fin la torre se irguió, poderosa e inamovible, en el sitio que le correspondía.

Aún no soy capaz de encontrarle un significado concreto. Tal vez sólo quiera decir que la torre ama a París tanto como París ama a la torre.

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